Perche ti amo: Capítulo 8

Capítulo 8:

Sentía como sus manos heladas se movían con lentitud por su abdomen, poco a poco fue llegando hasta el inicio de sus pantalones. Cuando sintió sus dedos sobre su bajo vientre contuvo la respiración. No pudo moverse, pues se sentía totalmente envuelta por la presencia erótica de él. Parecía que todos sus instintos le estuvieran gritando que se arrancara el resto de ropa y se dejara poseer. En ese momento, las alarmas de su cerebro no podían moverse. Al parecer habían sucumbido al igual que ella al encanto y su seductor aroma.
Estaba apunto de perder el resto de cordura, cuando notó como se detenía y dejaba de acariciarle todo el cuerpo. Fue una pausa larga, incómoda que pronto terminó con un intenso y abrasador beso. Los dos se quedaron muy cerca, sintiendo la respiración acelerada del otro y esperando que alguno rompiera la corta distancia y terminaran con lo que habían comenzado. Pero algo en la postura indecisa de Itachi le hizo comprender, que si no era ella quien lo lanzaba en la cama él no haría nada. Se mordió el labio para separarse de él poco a poco y volver a pensar las cosas. Estaba en casa de su mejor amiga, perdida en una enorme mansión y a oscuras con su prometido. Eso, por mucho que le costara admitirlo, estaba mal. Aunque parecía que al novio poco le importaba ponerle los cuernos con ella, algo que estaba incluso más mal de lo que ella quería hacer. ¿Qué era más feo?¿Si él cedía a la pasión o si lo hiciera ella? Meditó durante unos segundos esa cuestión, para luego sentir como su sentido común y alarmas volvían a resonar con fuerza en su cabeza. Con una dignidad casi perdida se arregló el cuello de la camisa, se colocó mejor el pantalón y se alejó todo lo que pudo del cuerpo magnético de Itachi. Sabía que si no lo hacía así, jamás se lo perdonaría.

- No puedo.- dijo por primera vez ella, sintiendo que todo su cuerpo ardía en deseo.
- Yo…

Antes de escuchar lo que él iba a decir, salió de la habitación. No hacía falta tener mucha inteligencia para saber que después de ese “Yo” iba un “tampoco” o un usual “no estás lista”. Había terminado por asumir que su vida sexual tan sólo se basaría en el deseo mutuo entre ellos. Porque era obvio que los dos se deseaban con pasión. Tan sólo había que recordar como él había acariciado su abdomen sensualmente. Durante una milésima de segundo, pensó que se terminaría corriendo antes de que él ni siquiera la tocara en el sexo. En ese instante, comprendió lo muy preparada que estaba para acostarse con él. Con aquel misterioso hombre de olor a tabaco. Con el hombre que le había hecho sentirse una diva. Con el hombre que hacía vibrar sus más íntimos músculos. Pero todo ese hombre, era el prometido de su mejor amiga. Por lo que, debía coger todos sus deseos y meterlos en una cajita, ponerles candado y esconderlo en algún rincón de su cerebro para no volverlo a abrir. Eso era lo mejor.

Casi a ciegas volvió a la habitación de Sakura. Se secó las amargas lágrimas que había derramado durante el trayecto y con un “Todo irá bien” se metió en la cama, para tener un sueño lleno de conductas sexuales inapropiadas con el prometido de su mejor amiga.


A pesar de que el despertador hacía más de veinte minutos que había sonado, ninguna de las dos se había levantado de la cama. Debajo de las sabanas, tenías sus pies fríos pegados, con las manos cogidas y compartiendo un minuto de silencio. Algo tan íntimo e incómodo a la vez. Ambas sabían que tenían que hablar, decirse muchas cosas, pero ella no iba a ser la primera. Después de todo, era la invitada.

- Tengo que contarte algo.- habló la amiga con la voz ronca.
- Lo sé…- contestó ella, agarrándole más fuerte de la mano.- Tómate tu tiempo.- le animo. - De mientras yo imaginaré como NO follarme a tu prometido en lo que queda de mi vida. - pensó una voz malvada en su cabeza.

Después de ese intercambio de información escaso, una criada entró a la habitación, abrió las persianas y ventanas, obligando así a que las dos jóvenes se pusieran en movimiento.
El desayuno pasó con calma, tan sólo comieron ellas dos, acompañadas del movimiento inquieto de las criadas, con el ruido de la lavadora en el otro cuarto y el murmullo de Radio María en el pequeño aparato de la cocina.

La mañana pasó tan tranquila y sin ninguna conversación, que cuando llegó a su casa, sentía que los oídos le pitaban del silencio que había escuchado. Buscó la llave en su mochila y abrió la puerta.

- ¡Sorpresa!- gritó una voz cascada y mayor.

No gritó porque no tenía fuerza para hacerlo, pero encontrarse a su padre vestido de rojo, con una barba blanca postiza y un sombrero de navidad, no era su definición de bienvenida y tampoco de sorpresa. Tardó más de un minuto para asimilar lo que estaba pasando. Su padre, con esa ropa tan llamativa la metió en la casa, mientras hablaba con rapidez y le informaba de unos cuantos cambios que iba a pasar en casa.
Al llegar al salón, con un plato caliente de sopa y un padre sonriente, comprendió que al fin se habían divorciado. La felicidad de su padre se debía a eso, ya no tenía a una loca gritandole al oído todo el tiempo, y él tampoco estaba obligado a traer prostitutas a casa para obligar así a acabar con la relación. Y después de muchas orgías, amantes y platos rotos, dos días antes de navidad habían decidido hacerlo.
Hinata aún no se lo creía, a pesar de que tenía el contrato del divorcio delante de sus ojos, con las dos firmas de sus progenitores y a un feliz padre. Una parte de su cerebro, le obligaba a alegrarse, pero su mente tan sólo se iba a Sakura e Itachi. Si esos dos se casaban, terminarían como sus padres. Un matrimonio sin amor, una hija por penalti y una posición social tan grande que no podían mantener. No supo que estaba frunciendo el ceño, hasta que su padre le cogió la mano preocupado.

- ¿Todo bien, hija?- quiso saber.

A pesar de que tenía una lista de todas sus preocupaciones no estaba segura de como empezar a explicar, y mucho menos, estaba convencida de que a su padre le interesara sus problemas sexuales. Por lo que, esforzándose sonrió y mintió.

Por primera vez en años, tuvo una tarde-noche agradable. Había olvidado lo buen cocinero que era su padre, el buen conversador que era y el buen gusto para las películas que tenía. Cuando el reloj marcó las diez y se marchó a su cama, tan sólo podía sentir como su pequeño y caótico mundo se volvía a componer. A esas horas y en ese momento, el ardor del dolor por lo de Itachi parecía quemar menos. Sonrió con tristeza y se metió en la cama. Aunque su cerebro estaba en plena actividad, no supo como, pero cayó en un sueño ligero y sin ningún momento sexual.


Las fiestas de Navidad comenzaron mucho antes de que Hinata estuviera preparada. Aún no podía entender como un pino decorado podía encajar también en aquella casa fría, tampoco como el olor a bizcocho y el sonido del fuego crepitar pudiera ser algo tan tranquilizador y cálido. Desde ese día que su madre abandonó su vida, entrar en su casa era casi como vivir en un sueño. Simplemente no podía creerse tan feliz, siempre y cuando tuviera sus sentimientos románticos guardados y cerrados en su cerebro. Había decidido quitar la tarjeta al móvil, obligar a su padre a que cualquier llamada que fuera hacia ella, colgar y ante todo, si alguien venía a casa, decir que no se encontraba. Necesitaba unos días de felicidad antes de renunciar a la única persona que había mostrado algo de interés en ella en sus momentos más oscuros. Y no sólo estaba renunciando a Itachi, sino también a Sakura. No estaba segura si podía aguantar verlos a los dos felices y enamorados. No se creía tan buena persona, para sujetarle la cola de vestido de novia en la boda, y mucho menos, participar en una fiesta de felicidad que ella no sentía. Por lo que, a duras penas había decidido alejarse de los dos.

- ¿Qué te quieres ir?- preguntó su padre sorprendido mientras veía los formularios en la mesa.- No sabía que querías irte a Europa.- murmuró sorprendió.
- Bueno, siempre he querido viajar y ahora que puedo… ¿por qué no hacerlo?- sonrió.
- El programa éste de intercambio está muy bien, aunque… ¿estás segura?

Estuvieron durante un largo rato hablando sobre que destino se iría, como haría con los idiomas y sobre todo, como se las apañaría sola. En ningún momento sondearon el tema del por qué se quería ir. Sabía que en un momento a otro su padre le asaltaría con esa pregunta, porque después de todo un “Porque si” no era una respuesta propia de una estudiante de matriculas de honor.


Tenía las maletas hechas, su habitación preparada y todos los documentos metidos en un pequeño bolso. Tenía todo lo necesario para marcharse, pero faltaba una única cosa que aún no había hecho: Avisar.
Desde el día que había apagado su teléfono, no lo había vuelto a abrir y había decidido no hacerlo hasta el último día. Y ese era el momento. No estaba segura de qué llamadas se iba a encontrar, pero estaba convencida de que habrían dos nombres.
Cuando la pantalla se iluminó y todas las aplicaciones se encendieron, comenzaron a aparecer cientos avisos de llamadas. Como había pensado tanto Itachi como Sakura la habían estado llamando. Borró todas las llamadas y abrió un mensaje. Con rapidez informó a Sakura que le habían concedido una beca y que se estaba marchando, que sentía no haberla avisado pero que así era mejor. Que la quería mucho y la vería a la vuelta. Después de enviar el mensaje, se encontró con otro, éste era de Itachi. A pesar de que quería leerlo, cerró la aplicación y apagó el teléfono por tiempo indefinido. Lo dejó en la mesa y se marchó.

El areopuerto estaba en silencio, no había muchos turistas y las terminales estaban vacías. Arrastrando los pies, abrigada hasta más no poder y con un café en la mano se sentó a esperar su vuelo.
Se quedó mirando a la nada, cuando sintió como alguien se sentaba en la otra punta del banco. Curiosa levantó la vista hasta encontrarse a un hombre, con un aroma especial y unos ojos oscuros mirándola sorprendido.
¿Qué hacía él ahí?


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